7 jun 2012

EN EL TECHO DE UN TREN POR EL DESIERTO DE NUBIA (SUDAN)

Llegué a Jartum a comienzos del verano de 1980 rebotado en un avión procedente de Addis Abeba después de que las autoridades de Etiopía me impidiesen salir de ése pais tanto por carretera vía Lalibela, lago Tana, Gorka y las iglesias y ciudades imperiales del norte cómo por el ferrocarril hacia Djibuti, a orillas del mar Rojo.

Jartum, la polvorienta y arenosa capital de Sudán, una ciudad poco acogedora y sin ningún interés recordada por mi solamente por sus riquísimos yogures salados, los mejores que he tomado en mi vida, y por su vecina Ondurmán, en dónde se unen el Nilo Blanco que allí llega procedente del lago Victoria de Uganda y el menos caudaloso y mas corto Nilo Azul que nace en el lago Tana de Etiopía. Fué en Ondurmán dónde los musulmanes de El Mahdi derrotaron a las tropas inglesas a finales del siglo XIX cortándole la cabeza al famoso general Gordon.

En Jartum me pasó justo lo contrario que en Addis Abeba, una señora española ya entrada en años, gorda, con gafas, cara agria y acento catalán me dió (en sentido figurado) con la puerta en las narices cuando me presenté en la Embajada Española para pedir información sobre el país, en vista de lo cuál, después de recoger el visado en el consulado de Egipto me fuí a la estación de trenes de Jartum en dónde me dijeron que tenía suerte, que en un par de días iba a salir un tren con destino a Wadi Halfa en la frontera con Egipto (sólo había dos trenes cada mes), un trayecto de mas de 900 kilómetros y unos tres días previstos de duración, adquiriendo sin pensármelo mas un billete de 2ª clase en ventanilla.

Tuve suerte de haber comprado ese billete con antelación, cuando me presenté en la estación a primera hora de la mañana hacía ya un calor sofocante, mas de 45º C, y los vagones estaban abarrotados de personas, bultos y animales, costándome un montón llegar y sentarme en mi ventanilla. El tren de vapor muy viejo y destartalado, los vagones de madera asquerosos, el olor de las personas y animales insoportable, y en las varias e inexplicables paradas en los suburbios de Jartum en las que subían cada vez mas personas, bultos y animales de tal manera que me vi totalmente acorralado en mi ventanilla sudando a gota gorda ya que ni siquiera entraba por ésta aire alguno por la cantidad de gente colgada en su exterior.

Así llegué ya por la tarde al pueblo de Shendi en dónde comenzaron a bajarse algunas personas y luego, ya en plena noche a la ciudad de Atbara de dónde sale la "carretera" y el tren que enlaza con el principal puerto del país, el peligroso Port Sudán, a orillas del mar Rojo. No aguantando mas el sofocante ambiente y los agrios olores en el interior del vagón y aprovechando que en Shendi bajaba mucha gente y antes de que subiesen los viajeros procedentes de Port Sudán con sus enormes, sospechosos y numerosos bultos (*) dejé con mi mochila el vagón y me subí al techo del tren buscando allí un espacio (también había bastante gente) para acomodarme y respirar el aire algo mas templado de la noche.

La noche trascurrió llevadera y hasta pude dormir estirado en el techo del vagón, pero cuando llegamos a Abu Hamed, a unos 580 kilómetros de Jartum, ya cayendo el sol del segundo día estaba muy quemado y medio deshidratado a pesar de circular todavía paralelos al río Nilo y poder refrescarnos y beber algo en las numerosas paradas del camino. El verdadero infierno empezó ahí cuando las vías se separaron del Nilo y comenzamos a adentrarnos en los arenales del desierto de Nubia (el llamado horno de Africa), llevadero al principio por circular de noche ya en la madrugada del tercer día, pero totalmente insoportable una vez que se levantó el sol en un tren renqueante que comenzó a hacer paradas cada vez mas frecuentes para "descansar y reponerse" en medio de la nada, con una temperatura en el techo de los vagones a pleno sol del mediodía superior a los 60º (según algunos alcanzamos los 64º C).

De ésa manera y mas muertos que vivos llegamos en plena noche del tercer día a Wadi Halfa ya en la frontera con Egipto y con el artificial lago Naser, y después de dormir a pierna suelta toda la noche en el techo del vagón ya parado y de cruzar la frontera a primeras horas de la mañana tuve la suerte de conseguir una plaza en un viejo y lento trasbordador que llegó a Abu Simbel ya anocheciendo, justo a tiempo de ver iluminados el gran templo de Ramsés II con sus colosales estatuas del propio faraón así como su templo menor dedicado a su esposa favorita Nefertari, continuando luego la navegación por el lago Naser y llegando ya por la mañana a la ciudad de Aswan con sus bonitos paisajes y sus islas en el Nilo.

Después de un par de días descansando y visitando Aswan y sus alrededores me embarqué en una "falúa" (embarcación a vela) de carga río abajo en dirección a Luxor (la antigua Tebas,) con frecuentes paradas para recoger y dejar carga en algunas de las pequeñas poblaciones de ambas orillas del Nilo lo cuál fué para mí una experiencia inolvidable. Ya en Luxor en el anochecer del segundo día me alojé en un pequeño hotel de trotamundos cerca del río para visitar con calma en los siguientes días las grandiosas columnas del templo de Karnak, el valle de los Reyes y el de las Reinas, los colosos de Memnón, así como el propio templo de Luxor y los almacenes al por mayor que abastecen su mercado de artesanía.

Terminada mi estancia en Luxor tomé un tren nocturno hacia El Cairo (desde luego nada que ver con los trenes de Sudán ya en aquella época) y en ésta ciudad, después de volver a visitar (un año antes había estado allí) las pirámides y esfinge de Guiza, la ciudadela de Saladino, el barrio Copto, la plaza Tahrir y almacenes de Khan El-Khalili para terminar de abastecerme de artesanía egipcia tomé ya un avión de regreso a España.

(*) Wadi Halfa y el lago Naser era al menos en aquél entonces una frontera muy permeable al contrabando de todo tipo de productos y mercancías entre Sudán y Egipto y viceversa, incluso del tráfico de armas controlado principalmente por la tribu de los "Ababda" que desde el muy peligroso Port Sudan abastecían por el mar Rojo a Palestina a través del monte Sinaí, a los señores de la guerra del Yemen y a los guerrilleros de Somalia.