A lo largo de mi vida he tenido varios vuelos y aterrizajes complicados, pero tan sólo dos aterrizajes forzosos, ambos por causas meteorologicas y hace ya mas de treinta años.
El primero fué en Dacca (Bangladesh) en un vuelo de la compañía indonesia Air Garuda volando desde la isla de Bali a Delhi, la capital de la India. Era época de monzón y los problemas comenzaron ya en el mar de Andamán y se recrudecieron atravesando el golfo de Bengala. El vuelo se hacía insostenible, las caidas de altitud vaciaban el estómago y ponían los pelos de punta, el equipaje caía por todos lados y el capitán decidió con muy buen juicio aterrizar de emergencia en Dacca.
Ya en tierra, pasado el susto y sabiendo que teníamos varias horas por delante hasta que fuese revisado el avión y pasase lo mas duro del monzón nos dispusimos con alivio a bajar del avión para estirar las piernas y reponernos del susto, pero he ahí que en las dos puertas se habían situado inmediatamente soldados armados y policías del país y tan sólo dejaron bajar a algunos heridos leves que necesitaban atención médica, todos los demás pasajeros tuvimos que permanecer varias horas encerrados en el avión soportando a duras penas una humedad y un calor infernal.
El segundo aterrizaje forzoso lo tuve pocos años después en la ciudad de Limón, en la costa caribeña de Costa Rica, en un vuelo con origen en Caracas (Venezuela) y destino San José, la capital de Costa Rica. Yo había pasado unos desagradables y peligrosos días en Caracas encerrado en la pensión en plenas y muy reprimidas manifestaciones y revueltas estudiantiles por la construcción del metro, con las calles tomadas por la policía y disparos al aire que en muchas ocasiones impactaban en las ventanas y balcones con algún que otro herido que no tenía arte ni parte en el asunto.
La causa del aterrizaje forzoso fué parecida a la anterior, nos metimos en la zona de influencia de un ciclón tropical, y las situaciones y padecimientos también parecidos. La diferencia fué que en Limón sí nos dejaron bajar del avión y fuimos muy bien recibidos y atendidos por el personal del aeropuerto y por los y las guardias civiles que lo custodiaban, algunas mulatas caribeñas con sus verdes y ajustados uniformes que resaltaban sus curvas y sus atractivos y rebosantes pechos.
En ésa ocasión confieso que no me importó en absoluto ni el mal vuelo ni el aterrizaje forzoso.
El primero fué en Dacca (Bangladesh) en un vuelo de la compañía indonesia Air Garuda volando desde la isla de Bali a Delhi, la capital de la India. Era época de monzón y los problemas comenzaron ya en el mar de Andamán y se recrudecieron atravesando el golfo de Bengala. El vuelo se hacía insostenible, las caidas de altitud vaciaban el estómago y ponían los pelos de punta, el equipaje caía por todos lados y el capitán decidió con muy buen juicio aterrizar de emergencia en Dacca.
Ya en tierra, pasado el susto y sabiendo que teníamos varias horas por delante hasta que fuese revisado el avión y pasase lo mas duro del monzón nos dispusimos con alivio a bajar del avión para estirar las piernas y reponernos del susto, pero he ahí que en las dos puertas se habían situado inmediatamente soldados armados y policías del país y tan sólo dejaron bajar a algunos heridos leves que necesitaban atención médica, todos los demás pasajeros tuvimos que permanecer varias horas encerrados en el avión soportando a duras penas una humedad y un calor infernal.
El segundo aterrizaje forzoso lo tuve pocos años después en la ciudad de Limón, en la costa caribeña de Costa Rica, en un vuelo con origen en Caracas (Venezuela) y destino San José, la capital de Costa Rica. Yo había pasado unos desagradables y peligrosos días en Caracas encerrado en la pensión en plenas y muy reprimidas manifestaciones y revueltas estudiantiles por la construcción del metro, con las calles tomadas por la policía y disparos al aire que en muchas ocasiones impactaban en las ventanas y balcones con algún que otro herido que no tenía arte ni parte en el asunto.
La causa del aterrizaje forzoso fué parecida a la anterior, nos metimos en la zona de influencia de un ciclón tropical, y las situaciones y padecimientos también parecidos. La diferencia fué que en Limón sí nos dejaron bajar del avión y fuimos muy bien recibidos y atendidos por el personal del aeropuerto y por los y las guardias civiles que lo custodiaban, algunas mulatas caribeñas con sus verdes y ajustados uniformes que resaltaban sus curvas y sus atractivos y rebosantes pechos.
En ésa ocasión confieso que no me importó en absoluto ni el mal vuelo ni el aterrizaje forzoso.